“En el agua siempre se está un par de grados más arriba que en la ciudad”, es lo primero que sostiene Víctor Strasser, 80 años, buzo deportivo y profesional que supo consagrarse siete veces campeón sudamericano y que conoce cada fondo de las costas patagónicas como el Estrecho de Magallanes.
La muerte, fue en más de una ocasión una compañía en su camino en el buceo, que inició con un snorkel y un arpón (porque a principios de los 50 todavía no entraban los trajes de neopreno) en especial cuando en medio del hielo pensó escuchar el llamado de su madre.
Pero Strasser nunca perdió la calma, ni siquiera cuando bajaba explosivos o rescataba cuerpos o barcos.
De hecho su cuna, el lugar que lo vio nacer, fue la penitenciaria más austral del mundo.
“Nací en la cárcel”, es la carta de presentación de un viejo lobo de mar que fue pionero de la historia del buceo en la Patagonia, junto a otros aventureros como Miguel Angel Durbas y Raúl Ruiz entre otros.
LA CARCEL MAS AUSTRAL DEL MUNDO
EN 1935 llegó a Ushuaia el matrimonio con tres hijos desde Rosario, Santa Fe. El motivo: él era ingeniero civil y venía a dirigir la creación de unos talleres en la cárcel más austral del mundo, en compañía de su esposa, quien se dedicaba a la docencia y era profesora de filosofía y letras.
Así, en un lugar donde se condicionaba la libertad de las personas nació Víctor Strasser, segundo varón y cuarto de cinco hermanos.
“Antes de cumplir los dos años ya estaba radicado en Comodoro Rivadavia, así que para mí este es mi lugar en el mundo”, resalta Strasser.
Ya con 18 años comenzó a incursionar en las costas de la capital petrolera, sin más equipo que un snorkel, un arpón a resorte y una capacidad pulmonar para sumergirse en búsqueda de las mejores piezas. Atrás dejaba su etapa de ciclismo de ruta en época escolar cuando era parte del desafío de “la doble Manantiales Behr”.
Víctor intentó seguir los pasos de su padre y cursó ingeniería en Rosario (se declara hincha del conjunto ‘leproso’) hasta tercer año, luego retornó a la ciudad y se dedicó a la confección de planos. Pero esa pasión por el buceo le abriría una nueva entrada en el mercado laboral, más allá de sus participaciones en la etapa deportiva iniciada en el Club de Buceo Neptuno y luego siendo parte de la Selección Nacional de Orientación Submarina.
“Por la plata dejé los estudios e hice del buceo una parte de trabajo, porque con un solo encargo ganaba lo que juntaba en un mes”, sostiene.
HACIENDO CAMINO EN EL FONDO DEL MAR
Sobre finales del 59 se comenzaron a utilizar los trajes de neopreno en la Argentina. Strasser comenzó a frecuentar Puerto Madryn donde de la mano de ex militares de Francia e Italia empezó a relacionarse con la parte deportiva del buceo.
Ya con la matrícula de instructor le dio forma junto con otros al club “Delfín”, que luego pasó a ser Neptuno. Incluso durante varios años el club funcionaba en su oficina particular de planos que poseía en la calle Rawson. Centro de reunión donde todos compartían sus conocimientos, y Víctor ya daba sus primeras clases a nenes que se acercaban como Héctor “Gringo” Durbas.
El ímpetu y su amor por el mar hicieron que Strasser se consagre siete veces campeón nacional, además de sudamericano, de orientación submarina. Todo a fuerza de merito en los años que la FAAS (Federación Argentina de Actividades Subacuáticas) hacia los campeonatos en distintas costas de la Argentina, entre seis y ocho campeonatos al año. En ese lugar Strasser hizo los méritos suficientes para vestir la “albiceleste”.
“En esos tiempos era imbatible, mi habilidad para bucear y usar el equipo. Un estado intelectual de plantear bien las brújulas, el saber cómo se manejan las mareas, el estado físico. Y si la competencia finalizaba en la playa, saber dónde finalizaban las olas me jugaban a favor. De hecho, una vez me tocó ser parte de 60 competidores y solo tres llegamos a las boya”.
Hasta el 82 fue parte activa internacional de la FAAS, eran épocas de esplendor. Y Perú o Chile eran citas obligadas para la Selección ‘albiceleste’ que contaba con varios exponentes para competir.
“Creo que nunca tuve miedo. Ya de chicos nos tirábamos en la punta del viejo muelle de la costanera, en el momento preciso: cuando rompía la ola. Y lo hacíamos para divertirnos”, recordó.
PROFESION DE RIESGO
“En una hora ganabas lo que valía una camioneta”, grafica Strasser respecto cuando las empresas lo llamaban para recuperar barcos, anclas o depositar explosivos en el fondo marítimo.
Muchas veces Strasser arriesgó su vida con la incertidumbre de que el éxito (y la paga) no estaba asegurado, no porque desconfíe de sus habilidades. Sino que muchas empresas se manejaban con el lema “if you do not you get” (si no lo sacás no cobrás).
Pero Strasser estaba curtido en el oficio, y lo había aprendido bien por parte de buzos militares de Italia que llegaban a radicarse en las costas de Puerto Madryn.
“En los ríos uno llega a conocer la hidráulica o la correntada y cuándo hay que sumergirse en él. Por eso tuve trabajos muy interesantes, por ejemplo cuando vinieron las primeras plataformas inglesas y norteamericanas. Nos bajaban en una jaula para poner explosivos y cortar la biope (la válvula). Luego pasábamos hasta cinco días en la cámara de descomprensión”.
Trabajos de gasoducto en el estrecho de Magallanes, o problemas con los barcos que iban haciendo la zanja y quedaban encajados, y debían enlingarlos. En esos menesteres Strasser era protagonista, en especial porque era el único en la Patagonia en hacer ese tipo de trabajos.
Los riesgos y la presencia de la muerte estaban a la hora del día.
“Una vez en Río Gallegos estaba por sacar un ancla, y se largó a nevar. Con ello vino la correntada y no se veía nada. La lancha comenzó a derivar y yo igual. Así perdí el rumbo y quedé boyando en soledad por más de dos horas en el estrecho de Magallanes. En la nada misma a principios de los 80, ahí me dije ‘acá me quedó'”, recordó.
Como su esposa lo acompañaba a la playa desde que eran novios, ya estaba acostumbrado a que él tome riesgos. “Nunca tuve temor, ni cuando me tocó sacar cuerpos. De hecho, atrás del hospital había como una laguna grande y unos chicos se patinaron y se ahogaron. Y me tocó sacarlos. Fui de voluntario. Luego me tocó sacar a un contramaestre que estaba durmiendo cuando se hundió la lancha. Y pasa algo muy raro cuando sacás ahogados, porque está el cuerpo flotando y cuando lo movés por inercia te abrazan… es rara la sensación, pero te acostumbras”.
EXPLOSIVOS Y 142 METROS DE PROFUNDIDAD
Miguel Angel Durbas fue uno de sus compañeros que trabajó con él en Puerto Deseado, donde se sumergían con explosivos. “a Miguel un poco de miedo le daba, por el hecho que ‘reventemos’ cuando bajábamos. Porque en Deseado había que romper la piedra para poner la carga. Luego trabajé en las boyas de acá y de Caleta Olivia. En tipos de laburos así vas haciendo amistades y nacen las relaciones. Y conocés, como Tierra del Fuego donde bucee debajo del hielo por trabajo. Porque me contrataban a mí para bajar las cinchas que quedaban abajo una vez que colocaban las cañerías. En el hielo fue una máquina con un brazo se cayó al agua en el río Güer Aike “Me vinieron a buscar con un avión para que me sumerja y vaya a eslingar, era casi el único que hacia ese trabajo en la Patagonia, la otra opción era traer buzos desde Buenos Aires. El escenario era un río congelado de 4 metros de profundidad, había que hacer un pozo, meterse y atar para que dos topadoras suban la máquina, y cuando bajé me saqué la guía porque me molestaba. Pero la correntada me llevó a la mierda, y no encontraba el agujero para salir. Entonces yo había leído que cuando uno se muere lo llama la madre, y en ese momento (debajo del hielo, sin encontrar el lugar para salir) escuché un silbido como el de mi vieja. Y me cagué todo, pero era el paso del agua por el agujero. Así, tanteando la superficie congelada pude escuchar la burbuja del equipo que buscaba la superficie y de esa manera encontrar la salida”, rememora.
Con escafandra, Strasser llegó la profundidad de 142 metros de profundidad, con la sola certeza que debía colocar 70 kilos de explosivos para detonar. Y no apurarse en subir, porque ello podía derivar en una micro burbuja en el torrente sanguíneo. Que si le llegaba al cerebro le dejaban secuelas para toda la vida.
“Cada diez trabajos, un cagaso seguro te llevabás, porque te podía tocar que incluso se te aparezca una ballena como me pasó en Caleta Olivia. Igual los animales de mar no atacan, incluso a mí mismo me sacaron de un campeonato sudamericano porque me había sumergido para sacarles fotos a las orcas. Creo que son estilos de vida, a lo largo de los años vi pasar un sinfín de muchachos jóvenes que pensaron que con comprar el equipo les alcanzaba para bucear, pero a la hora de llevarlos al muelle les agarraba ataque de pánico”, sentencia.
Las paredes del hogar de Strasser se encuentran repletas de recuerdos. Ya sean los diversos trofeos que supo ganarse en buena fe en instancias nacionales e internacionales como elementos de restos de barcos que supo sacar a la costa como el timón de una embarcación de 30 metros hundida en el muelle de Deseado, donde contra todo pronóstico Víctor supo sacarlo con mucha sapiencia.
“Cuando metía explosivos no pensaba, o más bien pensaba en la plata que iba a ganar. Y hubo una época que se trabajó muy bien y luego vinieron empresas extranjeras que no querían pagar, o pretendían abaratar costos. Entonces empecé a dejar de hacerlos y hace cinco años dejé de bucear porque el cuerpo ya no es el mismo. De todas maneras, me quedo con la satisfacción que en la mayoría de los gasoductos o incluso el oleoducto de Caleta Córdova yo fui parte de esos trabajos”, concluyó.
fuente elpatagonico