Viven en el Triángulo de Coral, región del Sudeste asiático, entre Filipinas, Malasia e Indonesia. Durante más de 1.000 años, esta tribu, vagó por los mares del sur de Asia en lanchas fabricadas por ellos mismos, capturando peces por medio de la inmersión libre y armados con arpones.
Bazo desarrollado
Se puede vivir perfectamente sin este órgano que se relaciona con el diafragma, el estómago, el colon, el polo superior del riñón izquierdo y la cola del páncreas.
El bazo tiene varias funciones, pero la principal es en el sistema inmunitario. Al circular la sangre filtra los antígenos y en sus centros germinales se sintetizan los anticuerpos específicos conocidos como inmunoglobulinas. Además, es un centro de maduración y destrucción de glóbulos rojos envejecidos y depósito de plaquetas.
Los miembros de la tribu pueden bucear hasta 70 metros con la ayuda de un conjunto de pesas (para poder hundirse) y un par de anteojos de madera.
El bazo desempeña un papel clave en la “respuesta de buceo humano” que pone al cuerpo en modo de supervivencia cuando se sumerge bajo el agua, incluso durante breves períodos de tiempo.
Un nuevo estudio, realizado por la Universidad de Cambridge, ha descubierto que los bazos de los Bajau son un 50% más grandes que los de sus vecinos que viven en la tierra, en Saluan.
Los Bajau tienen un gen llamado PDE10A con el que no cuentan sus vecinos en tierra. Este altera el tamaño del órgano mediante la hormona tiroidea. A medida que la respuesta entra en acción, la frecuencia cardíaca disminuye, la sangre se dirige a los órganos vitales y el bazo se contrae para inyectar glóbulos rojos oxigenados en la circulación.
Su contracción puede aumentar los niveles de oxígeno en el cuerpo hasta en un 9%.
Genes alterados
Un estudio realizado en Jaya Bakti, Indonesia, la evidencia mostró que los bazos de los primeros se agrandaron permanentemente, no simplemente como respuesta al buceo. “Los humanos somos seres bastante moldeables. Podemos adaptarnos a una serie de diferentes entornos extremos solo a través de nuestros cambios de estilo de vida o comportamiento, por lo que no era necesariamente probable que encontráramos una adaptación genética real”, asegura.
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