‘Sao Paulo’, el último portaaviones de Brasil yace en el fondo del mar tras permanecer más de cinco meses navegando sin rumbo por el Atlántico. Este, el mayor buque de la flota brasileña, era una bomba ambiental con toneladas de amianto y otros componentes tóxicos. Sin embargo, este viernes la Marina brasileña pudo darle un final al hundirlo con “la seguridad necesaria” a 350 kilómetros mar adentro, en una zona de más de 5.000 metros de profundidad.
El buque no podía fondear ya. De hecho, fue vendido como chatarra en 2022, pero ningún puerto extranjero lo aceptó por los materiales tóxicos que habían en su casco; 9,6 toneladas de amianto, una sustancia con potencial cancerígeno, así como 644 toneladas de tintas. Por ello, las ONG Greenpeace, Sea Shepherd y Basel Action Network, afirmaron en un comunicado conjunto que el hundimiento viola “tres tratados internacionales” sobre medioambiente y causará daños “incalculables”, con “impactos a la vida marina y a las comunidades costeras”.
LO BARATO SALE CARO
El navío era propiedad de Francia hasta que en el 2000 Brasil lo compró. Fue botado en 1959 con el nombre de Foch, estaba a muy precio. Ahora bien, el destino de esta gran mole no fue sorpresivo para aquellos que sabían que tenía un buque gemelo, el Clemenceau, de la Marina francesa, que también tuvo un final errante por varios países a causa del amianto. Su final fue en un astillero británico.